Mayo
de 2012
Yo
no soy un orador muy bueno. Digo "um" muchas veces. A veces tengo que
hacer una pausa cuando pierdo el hilo de mis pensamientos. Me gustaría ser un
mejor orador. Pero no me gustaría ser un mejor orador tanto como desearía ser
un mejor escritor. Lo que realmente quiero es tener buenas ideas, y eso tiene
mucho más que ver con ser un buen escritor que con ser un buen orador.
Tener
buenas ideas es más de escribir bien. Si sabes de lo que estás hablando, puedes
decirlo con las palabras más simples, y se te verá como si tuvieras un buen
estilo. Cuando se trata de hablar, es todo lo contrario: tener buenas ideas es
un componente alarmantemente menor de ser un buen orador.
Me
di cuenta de esto por primera vez en una conferencia hace algunos años. Hubo
otro orador que fue mucho mejor que yo. Nos tuvo a todos riéndonos a
carcajadas. En comparación yo parecía torpe y vacilante. Después volví a hablar
como de costumbre. Mientras lo hacía, traté de imaginar cómo sería una transcripción
del discurso del otro tipo, y sólo entonces me di cuenta de que no había dicho
mucho.
Tal
vez esto hubiera sido obvio para alguien que supiera más sobre hablar en
público, pero fue una revelación para mí lo mucho menos que importaban las ideas
al hablar que al escribir. [1]
Unos
años más tarde oí una charla de alguien que no solo era mejor orador yo, sino
famoso. Sí que era bueno. Así que decidí prestar mucha atención a lo que decía,
para aprender cómo lo hacía. Después de unas diez oraciones me vi pensando
"No quiero ser un buen orador."
Ser
un orador muy bueno no solo es ortogonal a tener buenas ideas, sino que en
muchos aspectos te empuja en la dirección opuesta. Por ejemplo, cuando doy una
charla suelo escribirla de antemano. Sé que eso es un error, sé que dar una
charla escrita de ante mano hace más difícil enganchar al público. La manera de
conseguir la atención de una audiencia es darles toda tu atención, y cuando das
un discurso escrito previamente, tu atención se divide siempre entre el público
y el discurso –incluso si lo has memorizado. Si deseas enganchar a la audiencia
es mejor empezar con no más que un esbozo de lo que quieres decir e ir
agregando libremente oraciones individuales. Pero si lo haces podrías emplear
más tiempo pensando cada frase, que lo necesario para decirla. [2] En
ocasiones, la estimulación de hablar en vivo frente a una audiencia te hace
pensar cosas nuevas, pero en general, esto no va a generar ideas como si lo
hace la escritura; donde puedes gastar el tiempo que quieras en cada frase.
Si
ensayas lo suficiente un discurso pre-escrito, puedes llegar asintóticamente
cerca al tipo de compenetración que se obtiene al hablar improvisadamente. Los
actores lo hacen. Pero también aquí hay un equilibrio entre la fluidez y las
ideas. Todo el tiempo que inviertes ensayando una charla, más bien podrías
gastarlo en mejorarla. Los actores no se enfrentan a esa tentación, salvo en
casos excepcionales en los que han escrito el guión, pero ningún orador lo
hace. Antes de dar una charla me puedo ver sentado en un rincón en algún lugar,
con una copia impresa en papel, tratando de ensayar en mi mente. Pero en vez de
eso, siempre termino gastando la mayor parte del tiempo re-escribiéndolo. Cada
charla que doy termina siendo originada de un manuscrito lleno de cosas
tachadas y reescritas. Lo que por supuesto me hace decir aún más
"um", porque no he tenido tiempo en absoluto para practicar las cosas
nuevas. [3]
En
función de tu público, hay incluso dilemas más difíciles que este. Al público
le gusta ser halagado, le gusta las bromas, ser arrastrado de su sitio por una
corriente vigorosa de las palabras. A medida que disminuye la inteligencia de
la audiencia, ser un buen orador es ser un hablador de mentiras en aumento. Eso
también es cierto en la escritura, por supuesto, pero el descenso es más
pronunciado con los discursos. Cualquier persona dada es tonta, como parte de
una audiencia o como un lector. Solo que como orador e improvisador únicamente
puedes gastar tanto tiempo pensando en cada frase lo necesario para decirla;
una persona que escucha un discurso, sólo puede gastar tanto tiempo pensando en
cada oración como le toma escucharla. Además, la gente en un auditorio siempre
se ve afectada por las reacciones de quienes les rodean, y las reacciones que
se propagan de persona a persona entre el público, son del tipo
desproporcionadamente más brutales, tal como los comentarios de viajes negativos
van a través de los muros mejor que los buenos. Cada audiencia es una multitud
incipiente, y un buen orador utiliza eso. Parte de la razón por la cual me reí
muchos en el discurso en esa conferencia del buen orador, fue porque todos los
demás lo hicieron. [4]
Así
que, ¿son las conferencias inútiles? Como fuente de ideas, ciertamente son inferiores
a la palabra escrita. Pero no todos los discursos son buenos para eso. Cuando
voy a una conferencia, por lo general es porque estoy interesado en el orador.
Escuchar un discurso es lo más cercano a una conversación que la mayoría de
nosotros puede llegar a tener con alguien como el presidente, que no tiene
tiempo para reunirse individualmente con todas las personas que quieren
conocerlo.
Los
discursos también son buenos para motivarme a hacer cosas. Tal vez no sea una
coincidencia que tantos oradores famosos sean descritos como oradores
motivacionales. Hablar en público tal vez sea realmente para eso. Probablemente
fuera para eso en sus orígenes. Las reacciones emocionales que llega a provocar
un discurso pueden ser una fuerza poderosa. Me gustaría poder decir que esa
fuerza se utiliza con mayor frecuencia para el bien que mal, pero no estoy
seguro.
Notas
[1]
Aquí no estoy hablando aquí de discursos académicos, los cuales son cosas
diferentes. Aún cuando la audiencia en una charla académica puede apreciar una
broma, hacen (o al menos deberían) un esfuerzo consciente por ver qué nuevas
ideas que estás presentando.
[2]
Ese es el límite inferior. En la práctica a menudo puedes hacerlo mejor, porque
las conversaciones suelen ser sobre cosas de las que has escrito o hablado
antes, y cuando lo haces a voluntad terminas por reproducir algunas de esas
frases. Como en la arquitectura medieval temprana, las conversaciones
improvisadas son reciclajes. Lo que se siente un poco deshonesto, incidentalmente,
ya que debes decir estas oraciones como si las hubieras pensado.
[3]
Robert Morris apunta a que hay una forma en que practicar los discursos los
hace mejores: leer en voz alta un discurso puede exponer las partes extrañas.
Estoy de acuerdo y de hecho, por esa razón leo en voz alta por lo menos una
vez, la mayoría de las cosas que escribo.
[4]
Para un públicos suficientemente pequeños, puede no ser verdad que formar parte
de una audiencia hace a las personas más tontas. La disminución real parece
darse cuando las audiencias son demasiado grandes como para que el discurso se
sienta como una conversación –tal vez alrededor de 10 personas.
Gracias
a Sam Altman y Robert Morris por leer los borradores de esto.
Original source: http://www.paulgraham.com/ speak.html